Hoy en la mañana entrené con el equipo con el que corro. Haciendo una evaluación y comparándome con mis compañeros, concluyo que no fue un año satisfactorio en mis carreras, me perdí al menos tres eventos importantes, aventuras en las que no los acompañé.
Fue un momento triste de reflexión.
Pero me di una segunda oportunidad para evaluarlo. Las tres ausencias deportivas fueron para dedicarle tiempo y atención a mi novia. Fueron decisiones difíciles, pero lo hice de manera consciente, con la riesgosa esperanza de que en el futuro, el haber sacrificado mi pasión por cumplir los sueños de ella, rendirá fruto: un matrimonio en el que yo tenga una compañera con la que yo pueda contar de la misma manera.
Y no lo hice por interés: ella me demostró hace tiempo el amor con que es capaz de apoyarme en esta vida. Haber tomado estas decisiones todavía cobra en mi mente las ganas de querer reclamarle una compensación, pero hoy me quedó clara la conclusión de que todo tiene un precio, y lo que uno ama, un precio elevado.
Estar de novio, llegar a este punto en mi vida, ha cobrado muchos precios; dejar de ser el hombre apocado que nunca pensó que le atraería una mujer, para convertirme en un hombre enamorado, ha costado mucho más que metas deportivas. Sé que llegar al matrimonio va a cobrar lo suyo también.
Y aunque sé que corro el riesgo de incurrir en el error de muchos hombres, de ir al extremo y abandonar quien soy, también me recuerdo que en este proceso de restauración, al perder mi vida, la he podido encontrar, y que esta nueva forma de hacer las cosas me ha dado resultados que mi vida vieja nunca me dio.
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