En el sábado pasado visité la casa de mis tíos, primos de mi papa. En esa familia de tres hermanos, se incluye el amigo acerca de quien escribí esta nota. Así que finalmente, si se hizo realidad el temor al que le huía, ahora tengo familia y hay que compartir fiestas familiares con ellos.
El jueves por la mañana (día de descanso), vino mi tía a visitar - alguien a quien no veía hace unos 10 años -, con el único propósito de invitarnos a su casa al sábado siguiente, pues su hermano vendría desde Atlanta a visitar, y quería ver a la esposa e hijos de su difunto primo.
Esa era una invitación que mi tía gentilmente dejo abierta para rechazar. Conforme se acercaba el sábado, empece a sentir ese calmado y silencioso temor, al tener que decidir si asistir o no.
Asistir significaba exponer al niño pequeño en mi a repetir los recuerdos violentos con los que asocio las fiestas infantiles en las que aparecia mi familia paterna, y el sentimiento de incompetencia por no ser el hombrecito que llenaba las expectativas de los hombres mayores de la familia: el hijito de su mama, siempre imposibilitado para interactuar con otros varones.
(En uno de esos almuerzos familiares, mientras mis primos hacían cosas de hombres, no se que significaba eso, yo veía el tour de Madonna en la TV).
El viernes por la noche tuve un breakdown emocional, me senti atrapado entre esta y otras decisiones que no quería tomar, resistiendo a actuar como hombre adulto. Me fui a dormir, pidiendo a Dios que en el descanso nocturno restaurara mis fuerzas.
El sábado por la mañana, me levante convencido de una promesa, que mi hombre interior es renovado y se ha hecho fuerte en Cristo, y que no soy el mismo niño asustado que una vez fui. Tome la decision, iria, no escaparia de esta transición, pasara lo que pasara.
El almuerzo fue un churrasco, sencillo, de familia. Las atenciones sin intención de impresionar, como cuando uno esta entre gente de confianza que ve muy seguido. Mi hermano fue el único que decidió a ultima hora no asistir; pero mi novia vino conmigo - un gesto de apoyo suyo muy, muy especial.
Mis tios, extremadamente felices de ver a la imagen de su primo en nosotros, contentos de preguntar por nuestros logros e intereses. Yo tenia 20 años de no ver a mi tio, y mas de diez de no ver a mi tia (el otro, el mayor de los tres, es el hombre con quien corro en el equipo).
Yo pude mantenerme en calma durante los relatos de mis tios (varios primos mas) acerca del buen hombre que era mi padre, comentando a mi novia el genial suegro que el hubiera sido, y sus recuerdos favoritos sobre una infancia y adolescencia feliz con mi papa.
Las experiencias durante ese almuerzo están transformando mi forma de pensar. Ahora sospecho que este odio y miedo a mi familia paterna es parcialmente heredado o contagiado, y que muchas de las cosas que siento hacia ellos no tienen fundamento en hechos. Entendí también que mi papa tuvo una parte feliz en su vida, junto a estos primos, su familia extendida. Escuchar esos relatos son mi herencia de un hombre con valores, sociable y que tuvo aventuras, una historia que puedo heredar a mis hijos. Todo el dolor que haya pasado en su vida, y todo el dolor que vivimos junto a el, no invalidan que hubo felicidad en su vida - y en la nuestra.
Me veo actuar, y descubro que no tengo que ser un hombre venenoso para vengar el abuso que vivi, que soy un hombre sano y que proyecto una personalidad mas parecida a la de Cristo, y que no tengo que repetir el ciclo de otras vidas.
Entre las cosas que no proceso muy bien, son los recuerdos dolorosos que mi abuelo estropeo en mi infancia, recuerdos de los cuales vi sombras en este almuerzo. No proceso por completo por que mi mama escogió emparentar con esta familia, y no me esta sirviendo el argumento de "no soy quien para juzgar."
Pero voy en camino, y sigo escribiendo...
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