viernes, 26 de octubre de 2007

A los pies de Su cruz


Pienso en todas las palabras que Cristo quiso decir en la cruz, junto con los gritos que se guardó para no renunciar y bajar de allí. Siento la tensión en sus músculos, en su garganta y sus pulmones, controlando la renuncia que su corazón quiso decir. Sé que Cristo lloró sangre por mi vida, porque le pareció valiosa y suficiente causa para morir. Mientras se preparaba a ir a ser sacrificado, mi cara y mi nombre venían constantemente a su mente, y su desdicha y decepción se mezclaban con alegría por saber que hoy yo sería salvo y libre.
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Hoy yo me quedo junto a su cruz, como las mujeres que no se movieron de sus pies, viendo crudamente ese sacrificio, recibiendo palabras de perdón, comunión y cancelación de deudas (olvídate del pecado sexual, la bulimia, la violencia, la ira, y todo el listado que guardas dentro). Quiero ver sus heridas de cerca, y agradecerle cuando recuerde cada vez este sacrificio que yo no hubiera podido llevar nunca.

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