Me ha crucificado consigo, y ha crucificado al mundo. Ha hecho morir la conexión que existía entre el mundo y yo. La cruz de Cristo marca un punto de “no retorno”. Antes traía a cuestas al mundo consigo, al amor que tenía a pecar en un ambiente de falsa aceptación y alegría. Yo era parte del mundo y me identificaba con él.
A partir de mi encuentro con la cruz de Cristo, ya no existe una marcha atrás, ya puedo dar por muerto mi amor al mundo y mi antigua identidad en éste. Vivo ahora para Cristo, y es la única gloria que puedo compartir, el privilegio de vivir una vida nueva.
A partir de mi encuentro con la cruz de Cristo, ya no existe una marcha atrás, ya puedo dar por muerto mi amor al mundo y mi antigua identidad en éste. Vivo ahora para Cristo, y es la única gloria que puedo compartir, el privilegio de vivir una vida nueva.
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