sábado, 10 de enero de 2009

Sigo sintiéndome poco apropiado al conducir.

En general no me siento cómodo con nada que tenga que ver con el mantenimiento de un auto, o con mecánica automotriz. Frecuentemente encuentro que hay actividades que postergo, evito o temo. Ejemplo.
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Pasé casi dos semanas con una llanta pinchada en el baúl del auto, y usando la de repuesto; a veces me entran severas dudas acerca de si sé o no parquear de retroceso (si puedo, por eso el temor es más frustrante), detesto los fallos mecánicos, el no conocer su funcinoamiento, y así sucesivamente... pareciera como si yo dejara a Dios fuera del auto siempre. Creo firmemente que tiene control de mi vida, pero no del auto. O tal vez me cae muy mal que sea algo sobre lo cual no tengo control completo. O reconocer que alguien sabe del tema y yo no. O es rebeldía contra el cliché tradicional: todos los hombres saben de autos.
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Todo sigue regresando al mismo punto: un daño en la masculinidad, el no haber sido instruido, el no haber sentido la seguridad de que podría asumir el reto y la responsabilidad de tener un auto, o la sensación de que todos los demás hombres ya nacen con destrezas, excepto yo, que debo aprenderlas penosamente, una por una (estoy consciente de lo que escribo, no es auto-compasión, sino sorpresas de las ideas tan ridículas que se han formado en mi cabeza y que no había detectado). Siento que es otro símbolo de los faltantes en mi vida, o que significa que ante cualquier falla mecánica estoy desolado, dependiente, incompetente.
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Ok, ya suficiente. Esta es una entrada en la que empiezo a escribir sabiendo que en las próximas semanas o meses voy a encontrar en mi camino formas para superar esto. No solo en destrezas y conocimiento, sino que voy a hallar la validación, la seguridad, las palabras de confianza que sellen en mi vida -en algo específico- que soy confiable para mantener un auto. Y en el esquema más amplio de mi vida- que puedo asumir una masculinidad adulta con serenidad y valor.

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