lunes, 16 de marzo de 2009

si lamentas que a otros (y no a tí) les haya tocado una vida en calma

Recientemente algunos amigos me han preguntado, ¿por qué a mí tuvieron que pasarme estas cosas? ¿por qué no le sucedieron a otro? ¿y por qué ésta experiencia tan difícil en mi vida? Yo mismo he luchado contra estas preguntas, y esta es la mejor explicación que hasta ahora he hallado:
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Pasé casi siete años integrando un grupo de cuatro amigos, mientras estudiaba en la universidad. Tres de nosotros teníamos un pasado de experiencias dolorosas: entre otras, carencias económicas, abuso infantil, y mis propias luchs contra la homosexualidad.
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Pero no deseo ser malinterpretado, pues esta no era una etapa de sufrimiento evidente. Para nosotros estos eran tiempos en los que pasábamos una racha de 'éxito', que incluía buen desempeño académico, perspectivas de mejores empleos cada vez, una vida ministerial aparentemente viva, y amplia influencia en nuestro entorno.

Entre nosotros se formó una confianza muy estrecha, y pudimos hablar estos temas escabrosos; así supe el origen de algunas cicatrices y manías de personalidad, las razones por las cuales algunas amigas no visitaban a sus padres o por qué sus hermanos vivían tan lejos.

Sin embargo una de nosotros no había vivido nada similar. Venía de un hogar integrado, financieramente cómodo y lleno de ricas experiencias. Su personalidad era ruidosa e ingeniosa, y contaba con el afecto de sus padres por toneladas. Su vida no involucraba ningún incidente severo. Y para colmo, se casó con un hombre muy similar... entre el sentido del humor de ambos no había escape posible si estaban juntos.
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Sé que al escucharnos hablar, casi quería disculparse por no poder compartir el dolor con nosotros, y se maravillaba del dolor humano que nunca había imaginado cercano. Tales contrastes lo hacen preguntarse a uno ¿que criterio usa Dios para repartir sufrimiento?
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Conforme el tiempo pasó y nuestra amistad se solidificó, pudimos todos entender que hay quienes hemos sido creados para llevar algunas marcas de dolor en la que la sanidad y redención en Cristo se hacen manifiestas. Pero otros también nacen para llevar vidas tranquilas y suaves, libres de miedo y ansiedad... para que puedan servir de anclas para vidas como la mía, para hacer chistes de cualquier desgracia, y para compartir con otros la serenidad que para ellos sobreabunda.
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La amistad de esta amiga me trajo balance. Aprendí a reírme de los imprevistos, de las manchas de ropa y los desastres en los cortes de pelo, de mis malas calificaciones, de mis errores. Supe que podría reconciliarme con el pasado y conocer que mi vida podría llegar a ser serena y divertida. Ella pudo llenarse de compasión, de tolerancia y de precaución para no hacer bromas fuera de lugar a causa de su ignorancia. Sé que se esforzó mucho para no tomar a la ligera los problemas ajenos. La vi cambiar para convertirse en una amiga sólida que nos ofrecía sus oraciones, sus chistes, su casa y el contenido de su refrigeradora en los días en los que nos agobiaban nuestras familias, nuestro empleo y el pasado.
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Hasta ahora sigo creyendo que existe un propósito para los que han conocido el sufrimiento, y para los que no. En ambos y por separado se manifiesta la gracia de Cristo. Pero en quienes tenemos la bendición de haber formado una amistad con alguien opuesto en experiencias, notamos que la gracia se multiplica con creces, y que ahora sobreabunda para otros.

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