Hay veces que ya hemos perdonado a quien nos ha hecho daño, en medio de lágrimas, muchos abrazos, al calor de un servicio especial en la Iglesia, frente al altar… pero por dentro no se siente permanente, aún no se siente ni un poco de ganas de restaurar la relación, sigue desconfiando de su ofensor, o disfruta recordándole sus errores. ¿Le ha sucedido?
A mí sí. Cuando me invitaron a escribir este devocional, no tenía ofensas “frescas” para usar como experiencia; sin embargo, me ha tocado recientemente vivir de nuevo el proceso de perdonar.
Muchas veces he sentido que Jesús me habla en este verso, y me indica que no basta perdonar una sola vez, sino hacerlo constantemente, hacia el mismo ofensor y la misma ofensa. ¿Significa eso que cuando decidí perdonar no fui genuino? ¿Qué mis palabras no fueron decisivas? No, significa más bien que cuando mi corazón quiera alzarse en rencor de nuevo, yo mismo vuelvo a confesar “Ya lo he perdonado, y hoy he decidido vivir amando a mi ofensor”. Confieso que hay momentos del día que debo recordarme esto cada cinco minutos.Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús—.Mateo 18:21-22 NVI
Cuando nos lastimamos alguna parte del cuerpo, necesitamos aplicaciones y cuidado constantes. Una fiebre puede necesitar varias dosis de medicamento (y bastante sopa) para sanar; una llaga profunda en la piel debe ser sanada con varias aplicaciones de antibiótico y ungüento. De la misma manera, nuestro corazón necesita estas confesiones y actos de servicio para sanar, que se sienten como una aplicación de bálsamo en nuestro interior.
Si ha perdonado a quien que tanto odiaba, oblíguese a llamarle una vez a la semana; viva consciente de abstenerse de murmurar de su ofensor, ofrézcase a hacer actos de servicio, inicie de nuevo la conversación (no espere a tener “ganas” de hacerlo, difícilmente brotarán ríos de buena actitud si usted no toma acciones voluntarias). Si ya decidió perdonar, ahora decida vivir en perdón.
Tal vez la relación no vuelva a ser la misma, pero Dios ha prometido que nos acompañará, refrescará y fortalecerá durante el proceso de restauración, pues es nuestro llamado:
Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó.
Eclesiastés 3:15 RV
El Señor te guiará siempre; te saciará en tierras resecas, y fortalecerá tus huesos. Serás como jardín bien regado, como manantial cuyas aguas no se agotan. Tu pueblo reconstruirá las ruinas antiguas y levantará los cimientos de antaño; serás llamado "reparador de muros derruidos”, "restaurador de calles "transitables”.
Isaías 58:11-12 NVI
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