Ahora siento con fuerza lo que es vivir validado como hombre y como hijo, por alguien que en realidad tiene la unción de transmitir paternidad a mi vida, la bendición que ha estado ausente durante tantos años. No ha sido una experiencia cómoda ni suave, sino a veces dura, pues he tenido que reconocer mis errores, corregirlos con gallardía y saber seguir adelante. Y es que puedo identificarlo en varias cosas.
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Primero, durante esta semana fui asignado con bastantes responsabilidades. Curiosamente mi corazón no lo tomó como "me están cargando con trabajo", sino el saber entender que me están dando mi espacio, mi lugar, mi desarrollo para el llamado que tengo. Son responsabilidades que a otros no les dieron, y eso me hace sentir hijo.
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Segundo, sé que mi opinión importa en lo que hago. Dios me ha dado la fuerza interna para saber ganarme el espacio para opinar, y la afirmación y validación que se siente al escuchar "tenés razón, yo no lo había pensado así", o "quiero saber lo que opinás al respecto de *", me hace respetar a la autoridad y saber que mi corazón está absorbiendo humildad de un mentor, alimentando mis propias experiencias para renovarme y crecer yo mismo como líder. Me gusta saber que lo que digo cuenta.
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Tercero, me han corregido sin descalificarme. Me han señalado errores, de forma dura seguramente (grandes errores) sin que sea atacado por lo que soy, sino confrontado por lo que hice. ¿Me explico? Me han hecho entender que mis errores son externos, y no devaluán lo que soy por dentro, ni cambia mi esencia.
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Sip, es genial esto. Y duro a la vez.
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