viernes, 26 de diciembre de 2008

Lo que me hubiera gustado que mi papá me enseñara acerca de la sexualidad

No pretendo ahogarme con esta entrada en un charco de auto-compasión. Sé que me hicieron falta la mayoría de lecciones que pude aprender de mi padre biológico mientras estaba vivo, y que no hizo mayor cosa porque pasó sus días tratando de armar sus propias piezas. Yo aprendo a reconciliarme con esto. Escribo esto como reflexión, y creo que también hubiera podido titular esta entrada como El legado sexual que quiero dejar a mis hijos varones.

Estas son las cosas que hubiera querido que mi padre me enseñara:

Que era posible la adolescencia sin masturbación. Hubiera sido genial que mi padre me contara que en su propia juventud venció este hábito, y que me hubiera permitido rendirle cuentas acerca de mi tentación al respecto. Admirar a un papá que venció el hábito hubiera hecho una gran diferencia.

Que no me diera solo una charla clínica y técnica acerca del sexo. Esto pude encontrarlo en muchas enciclopedias. Sin embargo, pasé mucho tiempo buscando ese "algo" faltante, eso especial que me asegurara que el sexo no era nada oscuro, sino un propósito de Dios para mi vida, y una destreza que me permitiría glorificar a Dios con mi cuerpo, y engendrar una generación de influencia. En esta búsqueda resulté hallando cosas que no debía y que me dañaron.

Que no se limitara a decirme todos los "no hay que hacer". Era necesario en mi vida que un padre me enseñara en forma cuidadosa que un hombre cristiano debe aprender todos los "sí hay que hacer" con una esposa :), y que la culpa o el temor no tienen lugar en la vida de un hombre en este sentido. Hace cierto tiempo un mentor me ensñaba que un hombre debe proveer para su casa (novia, esposa) no solo financieramente, sino emocional, espiritual, y en el caso respectivo, proveer sexualmente. Sé que con toda santidad y con intenciones limpias pudo haberme provisto de material bíblico acerca de las relaciones sexuales.

Que me enseñara a ser orgulloso de mi sexualidad. Aprendí muchos estereotipos masculinos de él, y siempre entendí que mi verdadero yo estaba lejos de cumplir con ellos. Hubiera querido orar con él en agradecimiento a Dios por haberme hecho hombre, por todas las virtudes que estaba desarrollando, y saber que iba a poder imitar su ejemplo de hombría. Crecí con la idea que mis valores como creatividad y disciplina, y mi orientación visual para aprender, no eran propios de un hombre; sé que hubiera sido distinto si hubiese amado desde el principio esa parte de mi masculinidad.

Que monitoreara el entretenimiento al que estaba expuesto. Vi muchas cosas en películas y en la TV que despertaron mi curiosidad demasiado temprano; encontré materiales en casa que no debieron estar allí. Hubiera necesitado que él supiera mis intereses, y que él me ayudara a escoger lo que era bueno ver, escuchar y leer. Hubiera querido un padre con amplios intereses, para aprender de él y no depender de mí mismo para escoger. No tenía el criterio suficiente y no tomé las mejores decisiones.

Que me hablara de los peligros de la mujer extraña. Hubiera sido bueno aprender estrategias para desenmascarar una trampa, para salir victorioso y escoger mis relaciones.

Que me enseñara a cortejar a una chica. Hubiera querido que fuera él quien me explicara que tengo lo necesario para hacerlo, y me proveyera todo el bagaje emocional y relacional necesario para establecer desde muy joven las bases para una vida sana en pareja.

Que mantuviera sus experiencias privadas. Yo hubiera podido descubrir mi propia vida sexual, en un ritmo acorde a mi edad, no a las experiencias adultas. Y si hubiera conocido sus experiencias, me hubiera gustado que fueran historias de éxito sobre la tentación, o las lecciones aprendidas de sus derrotas, para que yo las pudiera convertir en mis propias estrategias de auto-disciplina.

Que me enseñara a batallar contra las fantasías. Estoy consciente de que necesitaba aprender a estudiar mi Biblia y a memorizarla, y a aplicarla en mi vida en materia de pureza mental, y que yo pudiera ver que en su propio testimonio se mostraba como un hombre que amaba su Biblia y era conocido por aplicarla en su entorno.

Que rompiera el pardigma de "el momento de la verdad". Honestamente, me sentía incomodísimo con esas "charlas serias" acerca de la sexualidad. Tal vez hubiera estado más cómodo con un padre creativo, que me comprara libros del tema, o destinara ocasiones a la vez especiales y casuales (acabo de leer acerca de un autor que invitó a sus tres hijos a comer pizza para hablar por primera vez de sexualidad; yo hubiera preferido tener algo que comer mientras aprendía), y que usara los incidentes del día para enseñarme que la sexualidad tiene que ver con toda mi vida, no solo con lo que se hace en un dormitorio.

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