viernes, 16 de enero de 2009

Graduado en 'La Mesa del Señor'

El testimonio que redacté para terminar mi última lección en The Lord's Table, el curso de devocionales que me ayudó a sanar y escapar de los desórdenes alimenticios.
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Terminé hace varios meses mi curso de Libertad Pura, y soy actualmente un mentor en Libres en Cristo. Sin embargo, Dios ha seguido mostrando que mi vida debe seguir sanando. Generalmente me sentía lleno de ansiedad en los días en los que debía asumir algún reto, o contar mi testimonio, y lo exteriorizaba comiendo sin control; fue en una de estas ocasiones –después de cenar de una manera inmensa- en las que recordé que había visto en el mismo website donde están Libertad Pura y Puerta de Esperanza, el curso La Mesa del Señor (The Lord’s Table).
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Aún cuando varios amigos bien intencionados quisieron convencerme de que yo no era obeso, y que podía estar inventando problemas que no tenía, desde el primer día los testimonios incluidos en el curso me convencieron de que el problema estaba en mi corazón, y que no era el primero con unas cuantas libras de más pero una gran necesidad. Una estudiante explicaba lo que llamaba
"mis dos amantes fueron el sexo y la comida, cuando no me refugiaba en uno, iba con el otro".

Varios estudiantes explicaban que estaban en el curso, después de haber completado Libertad Pura.
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El Espíritu Santo me mostró que desde pequeño aprendí a refugiarme en la comida, y que desarrollé numerosos hábitos enfermizos con respecto a la comida. Cuando las cosas estaban realmente mal en casa, todo se arreglaba con un sándwich, o unas galletas. Era algo como
"no pasa nada, mira comete esto, y todo va a estar bien".

Ahora seguía preparando comida para aliviar mis tensiones; buscaba porciones más grandes de comida cuando las pequeñas ya no surtían efecto.
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Desarrollé mucha rebeldía y orgullo, y lo expresaba en la comida. Por ejemplo, si todos pedían ensalada, yo pedía un postre; solo era para hacer lo contrario. No me importaba lo que pidiera, yo me alejaba intencionalmente con una actitud de "soy distinto, soy diferente, no quiero mezclarme con ustedes". (Aun me conmuevo pensando en esto).
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El Espíritu Santo me llevó también a entender que la panza infantil era para mí un símbolo de no poder crecer, de no poder dar pasos hacia la vida de hombre adulto -un paso más de restauración hacia una masculinidad sólida en Cristo, algo que inició desde el curso Libertad Pura. Mi renuncia al ejercicio físico era también miedo a ser lo que Dios quiere que yo sea. Mi imagen corporal estaba dañada (si estaba delgado me veía gordísimo, no me apreciaba para nada, y todo guardaba relación con el pecado sexual).
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Este curso, La Mesa del Señor, no significó una dieta, no hay un programa de lo que no se puede comer. Pero si lamenté bastante en arrepentimiento, cuando todas estas emociones fueron saliendo, y mi Padre las fue tomando en sus manos. Creo que me costó casi tanto como Libertad Pura. Pero al empezar a comer con gratitud, con humildad, con disciplina, y al empezar a hacer ejercicio, bajé de peso. Un día encontré un testimonio en mi lección en el cual un estudiante expresaba que sentía que las libras que perdió no eran sobrepeso en la cintura, sino en el corazón, y me pude identificar por completo.
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Dios ha cambiado mi corazón, y he aprendido disciplina, amor propio, humildad, guerra espiritual, etc., y me ha hecho aun más cercano a la cruz de Cristo, dispuesto a refugiarme en él cuando estoy cansado, cuando quiero que las cosas salgan mejor, cuando deseo ser rebelde, o cuando viene a mí la tentación. Mi lucha por salir a hacer ejercicio cada día fue en verdad una batalla por matar al viejo hombre, por acallar la voz de mi carne que me pedía la autocomplacencia en la pereza, para sustituir la autocomplacencia sexual.
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Pero cada día fue una victoria ganada, y una lección para atesorar.
En humildad cuento que Dios me ha permitido compartir parte de este testimonio por varios medios, y a ayudar a otros a cobrar consciencia que la vida sigue un camino de restauración constante, y a dar algo de consuelo a aquellos que han pensado que son los últimos que sufren en verdad por sus hábitos alimenticios y por la pereza.
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Doy gracias a Dios por este camino que me permitió recorrer, y porque sigo avanzando cada día. Gracias Marielos, Luis y Héctor, por apoyarme como compañeros de responsabilidad, sus comentarios fueron un gran ánimo y mucha enseñanza para mí, y me marcaron el paso para no ceder en los hábitos que Dios forma en mi vida.
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Peso final, 140 libras. Peso inicial: 157 libras.

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