lunes, 10 de diciembre de 2007

Ser hombre e hijo, en un Consejo Directivo

Durante los últimos meses ha sido un reto para mí aprender a ser hijo, y recibir de mis pastores y líderes la bendición paternal en mi trabajo en la obra de Dios. En el pasado, siempre intenté evadir y resistir a la autoridad, y ahora encuentro inclusión y bendición en la honra que debo a un padre espiritual.
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Hace unos días me encontré en una de esas situaciones en las que mi opinión es apreciada –pero mis argumentos refutados- en un consejo directivo. Primero, me sorprendí de mi propia reacción, al no sentir la ira que antes vivía cuando no se hacía mi voluntad, sino más bien una sensación suave indicando “todo estará bien”.
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Luego, al final de la reunión, cuando este hombre habló lo que tenía en su corazón con respecto a nosotros, los miembros del equipo; nos explicó la forma en que en verdad nos veía como hijos, dispuesto a contradecirnos y corregirnos con severidad que nace del amor profundo que nos tiene; nos agradeció la forma en que sostenemos su obra ministerial en los años de su edad avanzada, y la forma en la que él descansa en el trabajo que hacemos. La mayoría de hombres en la mesa mostrábamos en los ojos asomos de agua. Supongo que es la manifestación de “recibir una unción de hijo”, tal como la recibió Eliseo de su mentor, Elías.
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Cuando vivo circunstancias así, identifico la restauración que Dios hace de la paternidad, el sentido de destino y la bendición que hicieron falta en la vida de un hombre (la mía en este caso), y de cómo sus correcciones nacen del profundo amor que tiene por mí.

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