domingo, 19 de octubre de 2008

Enfrentando a un McGriddles

Hace unos días escribí que empecé a seguir un programa para ayudarme a descubrir las razones de mis malos hábitos para comer. Una de las lecciones que más me ha costado asimilar es empezar a comer sin culpa. Anteayer era clasificado en este programa como "Normal Day", es decir que podía comer de manera regular.
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Pero la tensión al desayunar uno de mis favoritos puso de manifiesto una deficiencia en mi forma de comer: el temor y desconfianza por los alimentos mismos, por el temor a subir de peso. Es una carga difícil de llevar -puedo asegurar que fue un reto desayunar sin culpa. Una de las lecciones de este curso me mostró que mi corazón aún está cargado por numerosas reglas (cuenta calorías, evita carbohidratos, la comida rápida va a matarte, etc.) en lugar de enfocarme en las razones emocionales por las que me refugio en la comida. Entiendo ahora que nada debo considerar impuro, que la comida misma no es el problema, sino mi falta de dependencia de Dios en algunas áreas de mi vida.

Si con Cristo ustedes ya han muerto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieran al mundo, se someten a preceptos tales como: «No tomes en tus manos, no pruebes, no toques»? Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa. Colosenses 2:20-23 NVI

Repliqué: "¡De ninguna manera, Señor! Jamás ha entrado en mi boca nada impuro o inmundo." Por segunda vez insistió la voz del cielo: "Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro." Hechos 11:8-9 NVI

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