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A veces estos recursos vienen en forma de una advertencia severa. Y sé que si no buscara mantener el hábito de la lectura bíblica diaria, me perdería de esas "coincidencias" entre mi vida diaria, y la porción de las Escrituras que me toca leer en un día determinado. Justo cuando empezaba a leer el libro de Números, encontré un esbozo de lo que me esperaba: un relato de quejas y el subsecuente castigo de Dios para los inconformes.
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Y es que la lucha contra el orgullo en mi vida, vergonzosamente ha incluido pensar que mi gran persona pertenece a un lugar mejor que aquel en el cual ahora me desenvuelvo. Me enfoqué mucho en querer regresar a mi antiguo entorno, y en hallar los defectos del actual. Los muchos defectos que podía encontrar. Me levantaba pensando acerca de todos los males que me esperaban en el día, y de como no podían compararse con los 'lujos' que antes vivía.
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Fue entonces cuando Dios me mostró su inminente ira por mis quejas, y me vi reflejado en el 'populacho' que describe la Biblia:
Un día, el pueblo se quejó de sus penalidades que estaba sufriendo. Al oírlos el Señor, ardió en ira y su fuego consumió los alrededores del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y éste oró al Señor por ellos y el fuego se apagó.
Números 11:1-2 NVI
Al populacho que iba con ellos le vino un apetito voraz. Y también los israelitas volvieron a llorar, y dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratis en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!» Moisés escuchó que las familias del pueblo
lloraban, cada una a la entrada de su tienda, con lo cual hacían que la ira del Señor se encendiera en extremo.Números 11:4-6, 10 NVI
Pues yo también estaba reclamando mis bobadas, haciendo mis peticiones de pepinos y cebollas (mis propias comodidades anteriores), sin recordar que esas minucias ya estarían hartando a Dios. Ahora puedo escribirlo con más calma, pero hubo un día en la semana pasada en el que temí por mi vida; creí que se acercaba el día en que Dios me permitiera embarrarme en lujos hasta que se me salieran en vómito por la nariz.
»Al pueblo sólo le dirás lo siguiente: "Santifíquense para mañana, pues van a comer carne. Ustedes lloraron ante el Señor, y le dijeron: ¡Quién nos diera carne! ¡En Egipto la pasábamos mejor! Pues bien, el Señor les dará carne, y tendrán que comérsela. No la comerán un solo día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino todo un mes, hasta que les salga por las narices y les provoque náuseas. Y esto, por haber despreciado al Señor, que está en medio de ustedes, y por haberle llorado, diciendo: ¿Por qué tuvimos que salir de Egipto?"
Números 1:18-20 NVI
Dios me sacó de mi propio Egipto, un mundo en el cual yo tenía la ilusión de control, y en donde nunca hubiera hallado las lecciones de madurez, hombría, sexualidad y liderazgo que ahora tengo. Sí, si tuve lujos laborales y relacionales. Llegué a tener un nivel de influencia que me permitía pedir lo que quisiera y escoger a la gente con la que quería relacionarme. Ahora estoy arrepentido, avergonzado por mis deseos de pepinos y cebollas. Estoy dispuesto a amar de nuevo el lugar donde estoy; a dar fruto donde he sido plantado. A enumerar sus misericordias nuevas cada día, a escribirlas en este blog. Se precisamente, que sus misericordias sobrepasan mi magna necedad y falta de gratitud.
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