jueves, 11 de marzo de 2010

Mi testimonio: Libre del abuso, y libre del rencor

Esta es la transcripción del testimonio que pude compartir en mi congregación el domingo pasado, para acompañar la prédica de mi pastor acerca del perdón. Él me pidió que terminara su enseñanza compartiendo lo que he vivido.
.
Mi vida fue herida cuando yo era un niño muy pequeño. Mi propio papá, quien debió ser el encargado de amarme, de cuidarme y de mostrarme a Dios, lastimó mi vida con todas las clases de abuso que se puedan mencionar, durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia.

Ese abuso me enseñó a vivir con miedo permanente de mi padre, me hizo convivir con la violencia y con su drogadicción. Dañó terriblemente mi identidad como hombre y me impidió conocer el gozo y el amor de tener una familia verdadera. Nunca pude contárselo a nadie, y lo único que podía hacer para expresarlo a veces, era llorar en los momentos más inesperados.

Mi papá, al mismo tiempo que hacía esto en casa, servía como misionero en la comunidad donde vivíamos, y sus logros como ministro eran de alto impacto. Ese y otros factores empezaron a generar confusión y un odio mortal en su contra. Desde niño, fantaseaba con la venganza más terrible que pudiera imaginar, y con escapar del mundo donde vivía.

Estoy convencido de que por misericordia de Dios, Él se llevó a mi padre cuando yo tenía 12 años, en una sobredosis de drogas.

Nunca lloré realmente su muerte, pero desde entonces nunca pude liberarme del odio que sentía. Siendo ya un adulto, lo odiaba con más fuerzas, hasta que me dolía la cabeza, hasta perder el hilo de mis pensamientos. Me volví un hombre frío, despiadado con todos los que me rodeaban, y vivía consciente de que llevaba años sin reírme, y sin llorar, dispuesto a odiar y lastimar para nunca más ser lastimado, pero en realidad escondiendo un miedo a toda figura paternal, al futuro, y a la gente.

Hasta que un día me cansé de mi vida. Mi falta de perdón me hacía vivir una vida tan miserable que quise terminar con ella. Pero Dios tenía un mejor plan.
.
Simplemente me harté. Llevaba casi 25 años en un estilo de vida de rencor, que no me había llevado a donde hubiera querido, y podría pasar 25 años más sin avanzar a ningún lugar, sin haber obtenido una venganza o una restitución real, y habiendo empeorado en mi estado emocional, mental, físico y espiritual.
.
Con la ayuda de varios amigos, tuve que disponerme a rendirme, a dejar de buscar la venganza. Tuve que hacerme responsable de mis decisiones de perdón, a aferrarme a ellas, e incluso más allá, a disfrutar el proceso de restauración.
.
Aprendí genuinamente a respetar a mi papá biológico, a honrar su legado como ministro y como médico, a bendecir a todos aquellos que siguen acercándose a mí a decirme "tu papá era un gran hombre de Dios, me llevó a conocer la salvación y desde entonces consagré mi vida al Reino". Ninguno de ellos tiene que soportar mi enojo, y cuentan ahora con mi auténtico gozo por sus vidas victoriosas.
.
No me mantengo insistiendo en el abuso que sufrí. En este testimonio lo mencioné en un solo párrafo para hacer el contexto necesario de lo que la vida abundante significa para mí, y nunca excusaré ninguna de mis conductas deficientes ni mi temperamento en lo que me sucedió como niño. He prometido que viviré buscando la vida abundante que Dios ha predestinado para mí, y que no pasará una semana sin que yo haya avanzado. Estos cambios no han sucedido de la noche a la mañana, han sido cinco años largos desde entonces, pero no los cambiaría por nada.
.
Aprendí que a algunos de nosotros, Cristo nos ha pedido llevar su cruz, y tomar el sacrificio máximo qué el hizo: Estar dispuestos a morir a nuestra reputación, al deseo de fama y a un nombre, para mostrar en carne propia lo que significa ser redimido.
.
Al estar dispuesto a perder mi vida en Dios, la he hallado de nuevo. Perdí el deseo enfermo de vivir para demostrarle a mi papá que yo era el mejor en mi carrera, y tuve que perder la fuerza de la venganza que me hacía levantarme cada día; perdí mi identidad que se centraba en el rencor, he vivido quebrantado mucho tiempo, sin saber quien era, y he sido anuente a dejar ir mis tesoros como el disfrutar vivir como víctima, y sin hacerme responsable de mis actos. Verdaderamente al perder mi vida en el perdón, encontré una vida plena que ahora nunca cambiaría, y que de haber sabido que existía, me hubiera dispuesto a vivirla mucho antes.
.
Hoy, invito a ustedes que me están escuchando, a que se apropien de una frase que yo hice mía cuando empecé este proceso: "No pasaré un día más viviendo en rencor". Hoy es el día, antes que caiga la noche, en el que cada uno de nosotros puede hacer algo por perdonar.
.
Gracias por escucharme.

6 comentarios:

razadeheroes dijo...

Mi hermanazo... Tu testimonio es muy parecido al mío. Me alegra y reconforta leerte. Pronto estaré publicando el mío también. Espero sigamos en contacto.

Bendiciones. Juan Guillermo.

Casino Reviews dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Hola

Mi Nombre es Diego

Me ha agradado leer tu Testimonio y solo decir que espero que sigas así y avances, avances.

Como dijiste hay que dejar la Ira y perdonar

que estes muy bien, bendiciones

bye

Anónimo dijo...

Estimado amigo; gracias por tu artículo. Somos muchos los hijos víctimas de padres tóxicos en nuestra infancia y que cuando somos adultos no entendemos las causas de nuestros miedos o temores. Solo cuando leemos artículos como el tuyo empezamos a comprender que fuimos niños a merced de personas equivocadas que hicieron todo lo contrario a su deber de protegernos, cuidarnos y alentarnos con amor y respeto a ser hombres de bien.
Cuando nos esclarecemos, entendemos que el maltrato que recibimos siendo niños se convierte en heridas difíciles de olvidar o cicatrizar; pero que con aceptación y humildad podemos perdonar y sanar; nuestros padres se equivocaron con nosotros posiblemente porque también ellos fueron víctimas de otras personas y nos entregaron lo único que recibieron: violencia.

Emanuel dijo...

La violencia de la que somos víctimas en nuestra niñez deja huellas difíciles de olvidar. Cuando nos damos cuenta que esas heridas generan en nosotros rabia, dolor, miedo y profunda tristeza surgen los conflictos difíciles de entender o resolver, como adultos. Solo cuando aceptamos nuestro dolor como algo inevitable en nuestra biografía y que fuimos víctimas de violencia gratuita, entonces podemos aspirar a elevarnos espiritualmente y ser capaces de perdonar a quienes fueron nuestros victimarios. El perdón nos libera, nos hace soltar "pesadas mochilas" cargadas de rencor o resentimiento. Un abrazo a todos, hermanos.

Emanuel dijo...

Aceptar y perdonar a nuestros victimarios, no es fácil y es más difícil cuando se trata de quienes nos dieron la vida. Para lograrlo debemos elevarnos espiritualmente y poder entender que los adultos que nos hicieron mucho daño siendo nosotros niños indefensos, fueron también seres heridos y malogrados por quienes debieron criarlos con amor y respeto. Lo que nos brindaron fue lo que recibieron ellos mismo en su momento: maltrato físico y/o emocional.