¿Qué es lo más relevante que ha sucedido en estos meses? Bueno, empecé a salir con una amiga - salimos como amigos desde inicios de este año.
Hay mucho que puedo escribir al respecto, pero ahora hago énfasis en las diferencias entre estar enamorado de ella, y la atracción hacia el mismo sexo que antes sentía.
Haciendo el borrador de esta nota, meditaba que ni siquiera sé si ambas cosas pueden compararse o si es legítimo hacerlo, pero vale la pena hacer el intento. Estoy consciente también de que tengo como creencia que una relación heterosexual no es la cura para la atracción hacia el mismo sexo, ni tampoco es una 'meta por cumplir'. Esta situación es una consecuencia de los cambios de vida que Dios ha hecho en mí, y no siento que haya 'llegado ya'.
Dicho esto, he estado recordando en cómo poco a poco me enamoré de ella, y del proceso que ha tomado. Alguna vez estaba hundido en la necesidad de ser validado y aprobado por un hombre, pero por obra de Dios mi identidad se fue llenando de tal manera que empecé a sentirme necesitado por una mujer (no una persona en específico, sino simplemente lleno como para vertirme en alguien más). Y aunque eso era lo que esperaba, nunca imaginé que al hacerlo, iba a ser amado en forma increíble también (en verdad nunca lo pensé, no tengo muchos esquemas o experiencia previa).
Ser amado así, recibir ese afecto tierno, ser cuidado, es un estado tan opuesto a una 'relación' homosexual. Hay algo en la naturaleza de una mujer, una suavidad que ningún hombre puede imitar. Saber que existe alguien que espera mis cuidados, que se siente segura a mi lado y se siente satisfecha con mi hombría, son regalos que el pecado nunca pudo ofrecerme.
Ninguna violencia ni competencia como antes, sino una caballerosidad que se construye cada día. En lugar de paranoia o inseguridad al verme proyectado en lo que otro hombre tiene y yo no, tengo la certeza de mostrarme en público con orgullo por tener una mujer que me ama conmigo. Es la sensación de ser vulnerable y limpio, con un amor que no resta ni me drena, sino que me agrega y me renueva.
Y me sigue pareciendo impropia la comparación. El pecado y la restauración no van en la misma carpeta.
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miércoles, 18 de agosto de 2010
jueves, 11 de marzo de 2010
Mi testimonio: Libre del abuso, y libre del rencor
Esta es la transcripción del testimonio que pude compartir en mi congregación el domingo pasado, para acompañar la prédica de mi pastor acerca del perdón. Él me pidió que terminara su enseñanza compartiendo lo que he vivido.
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Mi vida fue herida cuando yo era un niño muy pequeño. Mi propio papá, quien debió ser el encargado de amarme, de cuidarme y de mostrarme a Dios, lastimó mi vida con todas las clases de abuso que se puedan mencionar, durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia.
Ese abuso me enseñó a vivir con miedo permanente de mi padre, me hizo convivir con la violencia y con su drogadicción. Dañó terriblemente mi identidad como hombre y me impidió conocer el gozo y el amor de tener una familia verdadera. Nunca pude contárselo a nadie, y lo único que podía hacer para expresarlo a veces, era llorar en los momentos más inesperados.
Mi papá, al mismo tiempo que hacía esto en casa, servía como misionero en la comunidad donde vivíamos, y sus logros como ministro eran de alto impacto. Ese y otros factores empezaron a generar confusión y un odio mortal en su contra. Desde niño, fantaseaba con la venganza más terrible que pudiera imaginar, y con escapar del mundo donde vivía.
Estoy convencido de que por misericordia de Dios, Él se llevó a mi padre cuando yo tenía 12 años, en una sobredosis de drogas.
Nunca lloré realmente su muerte, pero desde entonces nunca pude liberarme del odio que sentía. Siendo ya un adulto, lo odiaba con más fuerzas, hasta que me dolía la cabeza, hasta perder el hilo de mis pensamientos. Me volví un hombre frío, despiadado con todos los que me rodeaban, y vivía consciente de que llevaba años sin reírme, y sin llorar, dispuesto a odiar y lastimar para nunca más ser lastimado, pero en realidad escondiendo un miedo a toda figura paternal, al futuro, y a la gente.
Hasta que un día me cansé de mi vida. Mi falta de perdón me hacía vivir una vida tan miserable que quise terminar con ella. Pero Dios tenía un mejor plan.
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Simplemente me harté. Llevaba casi 25 años en un estilo de vida de rencor, que no me había llevado a donde hubiera querido, y podría pasar 25 años más sin avanzar a ningún lugar, sin haber obtenido una venganza o una restitución real, y habiendo empeorado en mi estado emocional, mental, físico y espiritual.
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Con la ayuda de varios amigos, tuve que disponerme a rendirme, a dejar de buscar la venganza. Tuve que hacerme responsable de mis decisiones de perdón, a aferrarme a ellas, e incluso más allá, a disfrutar el proceso de restauración.
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Aprendí genuinamente a respetar a mi papá biológico, a honrar su legado como ministro y como médico, a bendecir a todos aquellos que siguen acercándose a mí a decirme "tu papá era un gran hombre de Dios, me llevó a conocer la salvación y desde entonces consagré mi vida al Reino". Ninguno de ellos tiene que soportar mi enojo, y cuentan ahora con mi auténtico gozo por sus vidas victoriosas.
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No me mantengo insistiendo en el abuso que sufrí. En este testimonio lo mencioné en un solo párrafo para hacer el contexto necesario de lo que la vida abundante significa para mí, y nunca excusaré ninguna de mis conductas deficientes ni mi temperamento en lo que me sucedió como niño. He prometido que viviré buscando la vida abundante que Dios ha predestinado para mí, y que no pasará una semana sin que yo haya avanzado. Estos cambios no han sucedido de la noche a la mañana, han sido cinco años largos desde entonces, pero no los cambiaría por nada.
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Aprendí que a algunos de nosotros, Cristo nos ha pedido llevar su cruz, y tomar el sacrificio máximo qué el hizo: Estar dispuestos a morir a nuestra reputación, al deseo de fama y a un nombre, para mostrar en carne propia lo que significa ser redimido.
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Al estar dispuesto a perder mi vida en Dios, la he hallado de nuevo. Perdí el deseo enfermo de vivir para demostrarle a mi papá que yo era el mejor en mi carrera, y tuve que perder la fuerza de la venganza que me hacía levantarme cada día; perdí mi identidad que se centraba en el rencor, he vivido quebrantado mucho tiempo, sin saber quien era, y he sido anuente a dejar ir mis tesoros como el disfrutar vivir como víctima, y sin hacerme responsable de mis actos. Verdaderamente al perder mi vida en el perdón, encontré una vida plena que ahora nunca cambiaría, y que de haber sabido que existía, me hubiera dispuesto a vivirla mucho antes.
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Hoy, invito a ustedes que me están escuchando, a que se apropien de una frase que yo hice mía cuando empecé este proceso: "No pasaré un día más viviendo en rencor". Hoy es el día, antes que caiga la noche, en el que cada uno de nosotros puede hacer algo por perdonar.
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Gracias por escucharme.
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Mi vida fue herida cuando yo era un niño muy pequeño. Mi propio papá, quien debió ser el encargado de amarme, de cuidarme y de mostrarme a Dios, lastimó mi vida con todas las clases de abuso que se puedan mencionar, durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia.
Ese abuso me enseñó a vivir con miedo permanente de mi padre, me hizo convivir con la violencia y con su drogadicción. Dañó terriblemente mi identidad como hombre y me impidió conocer el gozo y el amor de tener una familia verdadera. Nunca pude contárselo a nadie, y lo único que podía hacer para expresarlo a veces, era llorar en los momentos más inesperados.
Mi papá, al mismo tiempo que hacía esto en casa, servía como misionero en la comunidad donde vivíamos, y sus logros como ministro eran de alto impacto. Ese y otros factores empezaron a generar confusión y un odio mortal en su contra. Desde niño, fantaseaba con la venganza más terrible que pudiera imaginar, y con escapar del mundo donde vivía.
Estoy convencido de que por misericordia de Dios, Él se llevó a mi padre cuando yo tenía 12 años, en una sobredosis de drogas.
Nunca lloré realmente su muerte, pero desde entonces nunca pude liberarme del odio que sentía. Siendo ya un adulto, lo odiaba con más fuerzas, hasta que me dolía la cabeza, hasta perder el hilo de mis pensamientos. Me volví un hombre frío, despiadado con todos los que me rodeaban, y vivía consciente de que llevaba años sin reírme, y sin llorar, dispuesto a odiar y lastimar para nunca más ser lastimado, pero en realidad escondiendo un miedo a toda figura paternal, al futuro, y a la gente.
Hasta que un día me cansé de mi vida. Mi falta de perdón me hacía vivir una vida tan miserable que quise terminar con ella. Pero Dios tenía un mejor plan.
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Simplemente me harté. Llevaba casi 25 años en un estilo de vida de rencor, que no me había llevado a donde hubiera querido, y podría pasar 25 años más sin avanzar a ningún lugar, sin haber obtenido una venganza o una restitución real, y habiendo empeorado en mi estado emocional, mental, físico y espiritual.
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Con la ayuda de varios amigos, tuve que disponerme a rendirme, a dejar de buscar la venganza. Tuve que hacerme responsable de mis decisiones de perdón, a aferrarme a ellas, e incluso más allá, a disfrutar el proceso de restauración.
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Aprendí genuinamente a respetar a mi papá biológico, a honrar su legado como ministro y como médico, a bendecir a todos aquellos que siguen acercándose a mí a decirme "tu papá era un gran hombre de Dios, me llevó a conocer la salvación y desde entonces consagré mi vida al Reino". Ninguno de ellos tiene que soportar mi enojo, y cuentan ahora con mi auténtico gozo por sus vidas victoriosas.
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No me mantengo insistiendo en el abuso que sufrí. En este testimonio lo mencioné en un solo párrafo para hacer el contexto necesario de lo que la vida abundante significa para mí, y nunca excusaré ninguna de mis conductas deficientes ni mi temperamento en lo que me sucedió como niño. He prometido que viviré buscando la vida abundante que Dios ha predestinado para mí, y que no pasará una semana sin que yo haya avanzado. Estos cambios no han sucedido de la noche a la mañana, han sido cinco años largos desde entonces, pero no los cambiaría por nada.
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Aprendí que a algunos de nosotros, Cristo nos ha pedido llevar su cruz, y tomar el sacrificio máximo qué el hizo: Estar dispuestos a morir a nuestra reputación, al deseo de fama y a un nombre, para mostrar en carne propia lo que significa ser redimido.
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Al estar dispuesto a perder mi vida en Dios, la he hallado de nuevo. Perdí el deseo enfermo de vivir para demostrarle a mi papá que yo era el mejor en mi carrera, y tuve que perder la fuerza de la venganza que me hacía levantarme cada día; perdí mi identidad que se centraba en el rencor, he vivido quebrantado mucho tiempo, sin saber quien era, y he sido anuente a dejar ir mis tesoros como el disfrutar vivir como víctima, y sin hacerme responsable de mis actos. Verdaderamente al perder mi vida en el perdón, encontré una vida plena que ahora nunca cambiaría, y que de haber sabido que existía, me hubiera dispuesto a vivirla mucho antes.
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Hoy, invito a ustedes que me están escuchando, a que se apropien de una frase que yo hice mía cuando empecé este proceso: "No pasaré un día más viviendo en rencor". Hoy es el día, antes que caiga la noche, en el que cada uno de nosotros puede hacer algo por perdonar.
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Gracias por escucharme.
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